Es posible que la Aljama de Sevilla haya sido, si no la más antigua,
sí uno de los primeros barrios judíos de España. Hispalis era el lugar clave de la Península y Escipión
hizo más tarde de ella su capital. Los judíos debieron de sentirse atraídos por
la gran ciudad que dio su nombre a toda Hispania. Durante la etapa visigoda la judería sevillana tuvo una influencia
considerable ya que, dados como eran al comercio y a la industria, debían
prosperar allí donde había mayor riqueza y población.
Durante la conquista de España por los árabes,
los judíos que habían contribuido a la invasión
fueron respetados y tratados con generosidad por los musulmanes y se
establecieron en todas las ciudades tomadas. La judería sevillana era una de las más numerosas
y sin duda la más laboriosa de todas. Por aquel entonces, Sevilla no solamente
destacaba por sus relaciones comerciales facilitadas por la importancia de su
río, sino también por sus escuelas de medicina, donde venían a estudiar los
principales médicos de España.
Los judíos fueron la minoría más numerosa e
importante de la Sevilla bajomedieval. Antes de la conquista cristiana, en
1248, es probable que la Judería se
despoblara a mediados del siglo XII a causa de la invasión almohade, que expulsó a los
cristianos y judíos de sus territorios. Lo que es seguro es que la mayoría de
los judíos que se establecieron en Sevilla con la conquista procedieran de Toledo.
Desde los primeros momentos de la conquista
cristiana, los judíos ocuparon en Sevilla un barrio propio, situado prácticamente
extramuros, al norte del Alcázar. Sabemos que, en 1252, Alfonso X donó a los
judíos tres mezquitas en la Judería, para que las convirtieran en sinagogas. Estas
sinagogas se corresponden con tres iglesias actuales: Santa Cruz, San Bartolomé
y Santa María la Blanca. El barrio libre que los judíos ocupaban en Sevilla
abarcaba una amplia extensión de la ciudad.
Durante los siglos XIII y XIV, los judíos
contribuyeron a reactivar la economía sevillana. Muchos de ellos se
convirtieron en servidores de la casa real, arrendadores de las rentas de la
frontera, que debían recaudar los derechos reales del almojarifazgo de Sevilla
por Fernando IV. Durante su reinado, Sevilla se convirtió en el centro del gran
comercio internacional.
La animadversión hacia la comunidad judía se
desató abiertamente en 1354, cuando los judíos sevillanos fueron acusados de profanar la hostia. La peste negra, de
1348, había desatado los ánimos y los judíos sufrieron las consecuencias de los
años de depresión tras la epidemia.
Pero la mentalidad antijudía creció tras la
subida al trono de la dinastía Trastámara, en cuyo programa de gobierno se
hablaba de terminar con el poder que los judíos habían alcanzado en tiempos
anteriores. Enrique II ordenó la incautación de los castillos y fortalezas que poseían los judíos y el apartamiento de las comunidades hebreas en barrios
cerrados.
Muchos judíos de buena posición se
convirtieron al cristianismo, incluso antes de las matanzas de 1391. En la
primavera de este año, el Arcediano de Écija, Ferrand
Martínez, comenzó a recorrer la ciudad de Sevilla, arengando y exhortando a los
sevillanos en contra de los judíos. El 6 de marzo estalló al fin el odio
sembrado por el Arcediano de Écija, promoviéndose un motín popular, en el que el pueblo
entró por el barrio de la Judería, saqueando las tiendas, maltratando y
persiguiendo por las estrechas calles de la Judería.
Pasado algún tiempo, y no sin recelo volvieron
algunas familias judías a Sevilla, reconstruyendo sus tiendas y sus casas. Sin
embargo, jamás volvió a existir un barrio judío. El barrio, sus palacios y
sinagogas fueron cristianizados.
En los años noventa del siglo XX, con motivo de la construcción en
Sevilla del aparcamiento subterráneo de Cano y Cueto y de la obra de la
Diputación Provincial, salieron a la luz una
serie de enterramientos cuya estructura se limitaba simples fosas o bien a
tumbas de ladrillo y cubierta en falsa bóveda, en donde la inhumación se
practicaba con el difunto en decúbito supino, en ataúd, sin ajuar y con la cara
mirando al Este.
En 2001, en un
solar de la calle Campamento en San Bernardo, una excavación de urgencia a
cargo del arqueólogo Marcos Hunt, permitió hallar más restos de la necrópolis.
En esta última excavación se encontraron dos fosas, un osario y tres
inhumaciones; a una profundidad de 1,80 metros. La necrópolis judía no ocupaba una extensión uniforme; estaba compuesta
por parcelas rodeadas de terrenos inhabitados que hasta el s. XVII no
comenzaron a urbanizarse.
En 1580, debido a la hambruna provocada por una gran sequía, algunos indigentes
profanaron algunas tumbas en los alrededores de la Puerta de la Carne.
Destrozaron y abrieron un número indeterminado de ellas, encontrando cuerpos
vestidos de ricas prendas, joyas, objetos de oro y plata y cierta cantidad de
libros hebreos, algunos de los cuales acabaron en manos de Benito Arias
Montano, salvándose así de la destrucción y la barbarie.
Así mismo, fue descubierta una inscripción mortuoria, grabada en un
trozo de columna romana. Este epitafio, que tras mucho deambular por Sevilla,
acabó en el Museo Arqueológico, perteneció a un brillante sevillano del s. XIV
llamado Rabí Salomón, que fue médico, astrónomo y exégeta de gran valía que
murió en Sevilla en 1345.
http://bit.ly/1jCiU7H
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