lunes, 22 de septiembre de 2014

El descubrimiento del Tesoro del Carambolo

Todo comenzó  cuando Alonso Hinojos del Pino, dio con su azada en el preciado metal. Sorprendido del hallazgo, acudieron a su encuentro sus compañeros que tras remover la tierra,  observaron perplejos el recipiente de barro repleto de piezas de oro: brazaletes, placas, pectorales, collares de un oro de 324 quilates, con un peso total de 2.950 gr.

Sin ser conscientes acababan de descubrir uno de los restos arqueológicos más importantes del mundo: El tesoro de Carambolo


El primer arqueólogo en tasarlas, Juan de Mata Carriazo, las describió como: “Joyas profusamente decoradas, de arte fastuoso, con una muy notable unidad de estilo y un estado de conservación satisfactorio” 

A día de hoy, sigue siendo objeto de incontables debates entre los numerosos expertos arqueólogos que se han especializado en su estudio. La cuestión aseguran, reside en estudiar las soldaduras de las joyas, para aclarar si están elaboradas por los tartesos, o por el contrario son los artesanos fenicios los autores.

La teoría tradicional sostiene que este tipo de ajuares era portado por un solo hombre en ocasiones solemnes.

Un reciente estudio de Fernando Amores y José Luis Escacena defiende una hipótesis diferente: el ajuar no engalanaba a un monarca tartésico, sino a un sacerdote y a dos bóvidos destinados a inmolarse en honor a los dioses fenicios Baal y Astarté.

La investigación, publicada en la revista de prehistoria e historia de la Universidad de Sevilla, ha pretendido así esclarecer “quién y cómo” utilizó el ajuar aúreo. Juan de Mata Carriazo, tal vez para llamar la atención sobre el tesoro, sugirió que los objetos pertenecían al legendario rey Argantonio; una táctica ya usada por Heinrich Schliemann, el descubridor de Troya, atribuyendo la mascara de oro de Micenas a Agamenón.



En esta tesis, los autores aseguran que “en la Antigüedad, la dedicación de primicias a los dioses consistían en sacrificios de animales que iban normalmente precedidos de la correspondiente procesión” y que “las costumbres religiosas requerían la vestimenta adecuada para la ocasión. De ahí que los animales se engalanaran convenientemente antes de ser presentados a la divinidad”.


Los misterios acerca de este tesoro sevillano siguen estudiándose. Tras haber permanecido en una caja fuerte acorazada durante décadas y tras las muchas vicisitudes sobre cómo y dónde exponer estas alhajas,  por fin se ha optó por rehabilitar una sala del Museo Arqueológico de Sevilla para disfrutar de una exposición permanente.

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