Todo comenzó cuando Alonso Hinojos del Pino, dio con su
azada en el preciado metal. Sorprendido del hallazgo, acudieron a su encuentro
sus compañeros que tras remover la tierra, observaron perplejos el recipiente de barro
repleto de piezas de oro: brazaletes, placas, pectorales, collares de un oro de
324 quilates, con un peso total de 2.950 gr.
Sin ser conscientes acababan de descubrir
uno de los restos arqueológicos más importantes del mundo: El tesoro de
Carambolo
El primer arqueólogo en tasarlas, Juan
de Mata Carriazo, las describió como: “Joyas profusamente decoradas, de
arte fastuoso, con una muy notable unidad de estilo y un estado de conservación
satisfactorio”
A día de hoy, sigue siendo objeto de
incontables debates entre los numerosos expertos arqueólogos que se han
especializado en su estudio. La cuestión aseguran, reside en estudiar las
soldaduras de las joyas, para aclarar si están elaboradas por los tartesos, o
por el contrario son los artesanos fenicios los autores.
La teoría tradicional sostiene que este
tipo de ajuares era portado por un solo hombre en ocasiones solemnes.
Un reciente estudio de Fernando
Amores y José Luis Escacena defiende una hipótesis diferente: el ajuar no
engalanaba a un monarca tartésico, sino a un sacerdote y a dos bóvidos destinados
a inmolarse en honor a los dioses fenicios Baal y Astarté.
La investigación, publicada en la revista
de prehistoria e historia de la Universidad de Sevilla, ha pretendido
así esclarecer “quién y cómo” utilizó el ajuar aúreo. Juan de Mata
Carriazo, tal vez para llamar la atención sobre el tesoro, sugirió que los objetos pertenecían al legendario rey
Argantonio; una táctica ya usada por Heinrich Schliemann, el
descubridor de Troya, atribuyendo la mascara de oro de Micenas a Agamenón.
En esta tesis, los autores aseguran que “en la
Antigüedad, la dedicación de primicias a los dioses consistían en
sacrificios de animales que iban normalmente precedidos de la correspondiente
procesión” y que “las costumbres religiosas requerían la vestimenta
adecuada para la ocasión. De ahí que los animales se engalanaran
convenientemente antes de ser presentados a la divinidad”.
Los misterios acerca de este tesoro
sevillano siguen estudiándose. Tras haber permanecido en una caja fuerte
acorazada durante décadas y tras las muchas vicisitudes sobre cómo y dónde
exponer estas alhajas, por fin se ha optó
por rehabilitar una sala del Museo Arqueológico de Sevilla para disfrutar de una
exposición permanente.
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